domingo, 29 de enero de 2012

Recortes

En un momento decides que la luz de la habitación del fondo, debería estar apagada.
Que no hace falta gastar tanta agua para ducharte.
Decides ir tapiando las habitaciones que piensas que no necesitas, y vas comprimiendo y oscureciendo tu espacio.
Lo haces convencido.
Ocultas la luz del sol para que no estropee tu cara, tus muebles, tu ropa.
Recoges todo lo que no es imprescindible y lo guardas.
Respiras pausadamente para no gastar más que lo mínimo.
Todo correcto, y esperas.
En la espera cada vez todo es más oscuro, más húmedo, más lúgubre, más triste, y entonces el corazón se empequeñece, se vuelve diminuto.
Pero aún palpita, aún vive, y un día un rayo del sol que inevitablemente llega, despierta tus sentidos, y te hace latir, y hace que vuelvas a abrir las puertas y las luces, y a ducharte con más agua y disfrutar de cada instante

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